¡No te despediste, Tomás!
Hace tanto tiempo que conocí a Tomás que no recuerdo aquel primer encuentro. De sonrisa franca, amable, servicial, empático y solidario, poco a poco se robó mi corazón. No solo éramos compañeros de trabajo, también vecinos de oficina. Y en una trayectoria extensa las anécdotas junto a él son interminables.
Tomás era ese compañero que extrañas cuando está de vacaciones, siempre recibía su llamada el día de mi cumpleaños, y en cada actividad que estábamos juntos generosamente me pedía que posara para su cámara, y luego me compartía la foto. “Para su Facebook”, bromeaba. No era yo la excepción, así era con todas sus compañeras. Su caballerosidad hizo de él su marca personal. Abría la puerta del vehículo, ayudaba a las damas a subir o bajar las escaleras, y cuando la jornada laboral terminaba tarde me acompañaba al carro, aun a sabiendas de que estaba segura en el parqueo del Listín. “La despacho que ya es tarde!, solía decirme desde su cubículo, cuando ya pasaban las siete.
Era mi lector número uno. Fue mi cómplice muchas veces en entrevistas y reportajes, y plasmaba su talento para la fotografía con magistral destreza y pasión. Con Tomás se podía hablar de cualquier tema porque estaba bien informado. Pasábamos largo rato conversando sobre la familia, estaba pendiente de cada etapa de mis hijos, contaba, con brillo en los ojos, lo orgulloso que estaba de sus niñas y como habían madurado. Presumía constantemente de su planificación financiera, “El único que no debe en la Cooperativa”, bufoneaba cuando llegaban los estados de cuenta.
El viernes pasado se fue para nunca más volver, y ha dejado una estela de pesar en muchos corazones. Sin proponérselo, Tomás fue un gran maestro. Nos enseñó de amor, de solidaridad, de disciplina, pasión y entrega por el trabajo. A regalar siempre una sonrisa, a todos y en todo momento. Prefería callar antes que ofender a alguien, abrazaba sin miedo, miraba a los ojos y siempre estaba dispuesto a servir.
El viernes lo vi, nos encontramos en el pasillo principal y le ‘reclamé’ la menta a la que me había acostumbrado, cada día a su llegada. Sonrió y me dijo: “La paletera hoy quebró, pero le traje un abrazo”, y me apretó a su pecho. Si tan solo hubiese sospechado que sería el último… Te fuiste Tomás, y no te despediste. Eras el alma más noble que he conocido.
En la funeraria, su hija mayor entre sollozos me dijo: “He escuchado tantas cosas lindas de mi padre, que quiero ser como él”. Si supieras Cindy, te juro que yo también…