¡Jesús se fue… y duele!
De niña solía jugar por horas con mis primos en el patio de la casa de mis abuelos maternos. ‘El quemao’, ‘el loco’, ‘los esqueletos’, ‘conventos y flores…’, no recuerdo con exactitud aquellos nombres tan peculiares, pero sé perfectamente que nada tenían que ver con ‘Nintendo Switch’, ‘Tablet’, celular, o cualquier consola electrónica. No teníamos acceso a Internet, pero teníamos pelotas, aros, juegos de Jack, ping pong y otras ‘herramientas’ mucho más útiles para divertirnos.
No hay momento de aquella etapa de plena felicidad infantil, que repase mi memoria sin que aparezca alguno de mis siete tíos, los hermanos y hermanas de mi mamá. Una familia extensa, unida, alegre, que conforme pasó el tiempo, y como era de esperarse, se fue alargando más. Algunos decidieron ir a vivir al exterior, otros se quedaron aquí, pero siempre en alguna estación del año nos juntábamos con un pretexto para compartir en familia y ponernos al día sobre las novedades de cada grupo. Así fue pasando el tiempo, y cada uno de nosotros, los primos, también hicimos tienda aparte.
A la familia Medina le une el baile, la risa, la complicidad, y ¿Por qué no?, igual disfrutamos un buen trago. Pero también nos une la tristeza… Y nos tocó, nueva vez, lamentablemente nos tocó. Han pasado pocas semanas desde que perdimos a destiempo a nuestro tío Jesús, el más pequeño de todos.
La muerte de un ser querido duele. No importa si estaba en la cama de un centro médico esperando el triste momento, o si ha sido una muerte repentina, las pérdidas siempre ponen en jaque nuestro sentido de la vida y sistema de creencias y valores.
Jesús se fue, así, sin avisar… Un sábado en la madruga, y aquellos planes, preocupaciones y proyectos que parecían ineludiblemente importantes el día anterior a su partida, quedaron en segundo plano. Todos teníamos una nueva prioridad: juntarnos a llorar su ausencia.
Es difícil escribir de dolor cuando lo llevas en el alma, aun para mí que tanto me gusta escribir. Recordar el llanto de mi madre sin tener una sola palabra que pudiera consolarla, repasar en mi memoria la imagen triste y desesperada de mis tíos y abuelo, frente al frio ataúd, aferrados a la esperanza de mantener vivo el recuerdo de cada instante junto a Jesús. Fue difícil ver su esposa y a sus hijos unidos en un abrazo de dolor, así como hace tantos años nos tocó a mis hermanas y a mi llorar a mi padre, y luego a mi hermana mayor… y duele.
Es difícil, muy difícil, cuando ya has vivido esa escena y revives el dolor que creías dormido. Es difícil saber que simplemente esa persona que quieres ya no está. De repente llega el momento en que todos, sin haberlo planificado, nos vemos obligados a reordenar las prioridades y a ir intentando, poco a poco, encontrarle un nuevo sentido al presente. La muerte de un ser querido tiene el devastador poder de dejarnos aturdidos y vulnerables, lo sé, claro que lo sé…
Las pérdidas suelen parecernos siempre prematuras, injustas y equivocadas, pero Dios es dueño y señor de nuestra vida y debemos aceptar humildemente Su voluntad.
“No es la muerte quien mata las almas, nadie muere por ser enterrado. El recuerdo y el alma no mueren. Sólo muere quien es olvidado”, reza una frase popular de la cual desconozco el autor, pero si es cierto, “Aquí hay Jesús para mucho…” como escribiste en tu último mensaje compartido por el grupo familiar de WhatsApp, porque nosotros, mi querido tío Jesús, nunca te olvidaremos.