El privilegio de conocer a los Reyes Magos
Cuando era niña, cada noche del cinco de enero mi corazón palpitaba aceleradamente. Iba a la cama más temprano de lo habitual y cerraba los ojos con ilusión de despertar temprano y ver que regalos me habían traído los Reyes Magos.
Escribía una carta para Melchor, Gaspar y Baltasar, y dejaba agua, hierba y dulces debajo del árbol de Navidad. Era tanta mi emoción que llegué a escuchar sus pasos en el silencio de la noche y a sentir el roce de sus túnicas de seda por el angosto pasillo de la casa.
Por años creí fielmente en la tradición y me encantaba. Cuando descubrí toda la verdad, lejos de sentirme desilusionada, recuerdo haber reído a carcajadas cuando vi a mis padres colocar los regalos. ¡Ya era tiempo! Confirmé que era una niña grande y me convertí en cómplice de mis padres para que mis hermanas siguieran la tradición.
En el 2017, ya de adulta, un día conocí los verdaderos Reyes Magos. Aquí la historia del memorable momento.
Mercedes trabaja como conserje en el mismo edificio donde su esposo Pablo se desempeña como seguridad. El horario no les coincide, así que son pocos los momentos en que pueden estar juntos. Formaron familia desde hace 16 años y han procreado cuatro hijas. Nunca los había visto, coincidimos en la sala de espera de un centro médico. Allí donde todos somos iguales, la paciencia se pone a prueba, y no te queda más opción que interactuar con los que te rodean o dedicarte a repasar las redes sociales en el celular hasta quedar sin batería. Ella esperaba para un estudio. Él la acompañaba solidario. Llegaron tropezando por el estrecho pasillo, cargados de fundas y conversando animadamente.
Imposible ignorarlos, hicieron partícipes de su conversación a todos los presentes, y en poco tiempo, sin darme cuenta, ya estaba involucrada en el diálogo con una sensación de haberlos conocido desde hace años. Mercedes contó que venía de ‘las tiendas’, se estaba preparando para la “llegada de los Reyes Magos”. Con espontaneidad explicó que ella y su esposo habían programado un ahorro para poder comprar un obsequio para cada una de sus hijas. Se veían ilusionados, satisfechos, con esa sensación que te da el saber qué haces las cosas correctamente. A ellos, como a muchos dominicanos, el salario les alcanza para lo básico. Sus hijas van a la escuela en la mañana y en la tarde hacen helados que venden en la casa para colaborar con la carga económica.
Los domingos van a la iglesia, y una vez por mes, Mercedes y sus hijas son voluntarias en la comunidad para ayudar con las tareas del hogar de un vecino que esté enfermo. No pretenden grandes cosas, dormir juntos tres veces por semana es suficiente.
Que las niñas hagan sus labores escolares y que la ‘luz deje congelar los helados’ es lo que piden para ser felices. Por años se las han arreglado para que siempre haya comida en la mesa y han inculcado en su prole el respeto, la solidaridad y la importancia del trabajo honesto. No es un secreto que gran parte de lo que somos como adultos es el resultado de una serie de hábitos adquiridos durante la infancia a través del ejemplo de nuestros padres.
Olvidé preguntar si las niñas se animaban a colocar agua y pasto en los zapatos para esperar el Día de Reyes… No supe si creen en la tradición, al final poco importa, seguro que ellas saben quiénes son los reyes, no los personajes de oriente citados en la Biblia, los verdaderos magos, esos que desafían el ritmo de la sociedad para llevar la magia a su hogar: Mercedes y Pablo, no tengo duda, ellos son dos ‘Reyes Magos’ y tuve el privilegio de conocerlos.
Lo mejor es que seguro hay muchos caminando por ahí…