Te presento a Mayra, la mamá de Maylorenz
Las salas de espera de los centros de salud son espacios llenos de historias y aprendizajes. Excelentes escenarios para toparnos de frente con realidades que a veces ignoramos; para aprender a ser agradecidos por tantas bendiciones que a diario recibimos, y que no somos capaces de asimilar porque con la cotidianidad también se va perdiendo la capacidad de asombro.
Ahora, que todos los sucesos se documentan en videos y fotografías, muchos padres se deleitan al compartir las imágenes de sus hijos para que otros puedan verlos gatear, sentarse, empujar una silla o caminar, aunque entiendan que es solo parte de su desarrollo físico normal. Para otros, como Mayra, tener esa fotografía, es una utopía.
Una madre especial
En mis recientes visitas a la Asociación Dominicana de Rehabilitación la conocí. Ella es la mamá de Maylorenz. Solo tiene 28 años, aunque, al escucharla, pareciera de 50. Mayra cultiva la gratitud como una de sus mayores virtudes, me dijo que celebra cada día ver a su hija, hasta abrir los ojos.
Mientras esperábamos turno para ser atendidas, me llamó la atención verla aplaudir porque la niña, de tres años, había podido sostenerse en sus pies por espacio de escasos segundos. Ella estaba tan emocionada que dejó caer su teléfono celular en mis pies tratando de captar el momento.
No pude resistir el deseo de saber un poco más de ellas. Maylorenz, es la combinación de su nombre, Mayra, y el de su esposo, Lorenzo. Es su única hija, y presenta problemas de movimiento y coordinación asociados con la parálisis cerebral.
Mayra está feliz y satisfecha con el avance de Maylorenz. Ese día era su terapia número 90, pero no luce cansada, las lleva anotadas en una pequeña mascota en la que va rayando las fechas de las citas cumplidas.
Mayra, impecablemente limpia, llevaba una mochila cargada de agua y galletas; toallas y alcohol. Pero, además, un libro de colores que repasaba con paciencia una y otra vez para tratar de llamar la atención de la niña.
Una lección
Me sentí culpable por los miles de veces que odié ir al pediatra con mis hijos para chequeos regulares, tan solo porque debía esperar o pedir un permiso en la oficina.
Mayra no teme al sol o a la lluvia para cumplir con su compromiso de acompañar a la niña a las terapias, porque sabe que de ese esfuerzo dependerá su mejoría.
A Mayra la vi muchas veces con Maylorenz en los brazos mimándola y acariciando su pelo, la vi apresurada por los pasillos para llegar a tiempo a la cita.
Mayra representa a todas las madres especiales que Dios ha decidido utilizar como instrumento de enseñanza. Para ella, un aplauso de pie y mi respeto y admiración. Se ha ganado el privilegio de ser llamada mamá.