El Protocolo corporativo como herramienta de comunicación
La era de la digitalización ha modificado las formas de la comunicación, pero el protocolo seguirá siendo la pauta que marca el camino para lograr el éxito en las actividades corporativas. Sin duda, el protocolo como una herramienta estratégica de comunicación, ha sido, es y será, una constante en el tiempo.
El mundo corporativo es complejo. Dentro del ecosistema empresarial el protocolo ocupa un lugar importante, tanto en las actividades de carácter interno como en los encuentros extraordinarios, convirtiéndose en un aliado para generar una imagen corporativa positiva.
Todo acto busca siempre la consecución de un objetivo. Este contexto incluye numerosos elementos como las normas de etiqueta y cortesía, la organización de visitas o las celebraciones. Y aunque algunos piensan que se trata de reglas rígidas, la realidad es que el protocolo es una técnica flexible, dinámica y cambiante que se adapta a cada acto.
En la comunicación verbal, las normas protocolarias ayudan a dirigirnos correctamente a una autoridad, a redactar una invitación o un discurso.
La imagen, los gestos o los símbolos, llevan implícitos una fuerte carga de comunicación no verbal. Cuando organizamos un evento estamos creando el escenario para transmitir un mensaje que debe estar acorde con el objetivo de la institución. Por ejemplo, viendo quién precede en la fila de personalidades o quien se sitúa a la derecha o a la izquierda podemos saber, incluso sin saber quiénes son esas personas, quien es el más relevante.
¿Por qué es importante el protocolo corporativo?
En un mundo en creciente competitividad se hace primordial el uso del manual de protocolo en una empresa. Un instrumento práctico, que refleja la organización de los actos y describe todas aquellas cuestiones que cada uno debe tener en cuenta para que, de acuerdo a sus características, su idiosincrasia, su estructura y las variables que afecten la empresa, se consiga transmitir la imagen corporativa deseada.
El protocolo nos ayuda a organizarnos mejor, a rentabilizar el tiempo que invertimos en los actos, a planificar y a establecer procesos dinámicos y precisos. Aporta identidad corporativa marcando líneas propias, ayuda a relacionarnos de forma adecuada en eventos puntuales o en circunstancias especiales. Y contribuye a marcar la diferencia, tanto en los detalles como en la calidad. A fin de cuentas, los directivos de una empresa agradecen que los procesos fluyan en orden, en un ambiente de cordialidad y apostando a la excelencia.